
ALGUNAS NOTAS SOBRE LOS FINALES DE LOS CUENTOS
Los relatos tienen en el olvido a un adversario despiadado. Más los orales aún si cabe. Olvidar significa dejar de recordar cosas que se sabían, conocimientos de los que se tenía conciencia de haberlos poseído y que se han perdido. El olvido es el enemigo de todas las historias, incluso de las de las personas, como bien lo reflejaba Bécquer en su Rima LXVI: “Donde habite el olvido / allá estará mi tumba”. Y también el olvido es un lugar en donde las cosas que van allí, según Petrarca, ni se destruyen ni disminuyen. Eso significa que el olvido es persistente e inalterable, mientras que, por el contrario, la memoria construye, crea, transforma y evoluciona.

Federico Hurtado, Rumbos de la memoria, 2011.
Para combatir el olvido, hemos recurrido a recordatorios tangibles (monumentos, monolitos o cenotafios) y otros que son más de carácter inmaterial como las celebraciones y los rituales. Igualmente los relatores de cuentos se aferran a procedimientos, como el uso de fórmulas de cierre, para que sus palabras y sus historias no queden arrinconadas y que de esa manera sigan presentes en el recuerdo. Estas fórmulas se utilizan a manera de un conjuro, como quien realiza un hechizo, en un intento de que lo narrado permanezca en la memoria del público. Una simpática rima ayuda mucho y de paso provoca una sonrisa. En castellano, quizás la que más fortuna ha logrado fue “Colorín colorado este cuento se ha acabado”; pero hay más, como “Así que esto pasó, ya mi cuento se acabó”, “Y colorín colorete, el cuento se hizo cohete” o “Como dijo don Fermín, este cuento llegó a su fin”.

Federico Hurtado, El pescador de conjuros, 2011.
Otras veces, para el narrador lo más importante es destacar que los protagonistas, a pesar de todas las vicisitudes sufridas, tendrán un final feliz y una vida más plácida que la que fue narrada. En esos finales destaca la presencia de alimentos cuando no de banquetes y opíparas celebraciones, una manera de compensar la penuria y las estrecheces que el auditorio podía padecer: “Fueron felices y comieron perdices” o “Con pan y pimiento asado, este cuento se ha acabado.”

Federico Hurtado, Mágica creación de las palabras mágicas, 2011.
En una anterior ocasión mencionábamos que muchas veces los narradores querían mantener una distancia con el material literario, subrayando la diferencia entre la ficción y la realidad. Eso, cuando se traslada a los desenlaces de los cuentos, se plasma en fórmulas como: “Y fue cosa de cuento”, “Se acabó el cuento y se lo llevó el viento y se fue por el mar adentro”, “Y todo nuestro relato, mentira” o “Y este cuento se perdió; cuando lo vuelva a encontrar te lo volveré a contar”.

Federico Hurtado, La función debe continuar 2., 2011.
La percepción que tenemos del mundo es por obra de los sentidos confusa e incompleta. Las artes y los artistas intentan descifrarlo construyendo otro semejante, pero que conforme ahora sí una unidad significativa y llena de sentido. Pretendiendo que éste explique y dé sentido al otro. El final del relato es la última pieza de ese conjunto que a manera de rompecabezas el artista ha creado con su imaginación. Para que sirvan de verdad, los cuentos no se deben limitar a ser instructivos y pedagógicos. Deben descubrir algo nuevo, desconocido y mayormente contrario a las opiniones incuestionables por el gran público. Tienen que responder a las cuestiones que se plantean en ellos. Por eso es necesario tener buenas respuestas y mejores preguntas para después de los cuentos. Los finales de los cuentos son nuevos comienzos.

Federico Hurtado, La función debe continuar 5., 2011.
Y acaso porque alguna vez fuimos niños esperando oír una historia para ir a dormir o porque compartimos la curiosidad de del sultán Schariar o porque queríamos ser uno de esos diez jóvenes que huyeron de una Florencia infestada por la peste o porque comprendemos a los que se acercaban al puerto de Nueva York esperando desde Inglaterra noticias de la virtuosa Nell Trent, y porque es la promesa de más historias y porque en la realidad los finales definitivos son difíciles de encontrar, la frase final de los cuentos que más nos gusta es “Pero eso es otra historia”.
Post scríptum: alguien nos indicó que casi todos los libros de su biblioteca finalizaban cuando no empezaban con el índice. Esta es una invención que se la debemos a los árabes. El arcángel Gabriel se le aparece a Mahoma (que no sabía leer ni escribir) para revelarle el Corán. Prodigiosamente, el profeta escribía lo dictado en hojas de palma. Al acabar la redacción empezó con la predicación con escaso resultado. Por eso se enojó con Alá y furioso arrojó los escritos por una montaña. Las hojas fueron recogidas por algunos seguidores fieles que para colocarlos nuevamente en orden confeccionaron un listado en el que se indicaba la posición que le correspondía a cada sura o capítulo.

Federico Hurtado, Índices, 2011.
Post scríptum 2: otra persona nos observó que en su biblioteca, los libros terminaban con el colofón, esa anotación al final de los libros en donde constan los datos del impresor y la fecha de impresión. La palabra proviene del latín colophon y a su vez del griego κολoφών, que significa “final” o “término”, ya que se colocaba en la última hoja. Estrabón en el libro XIV de su Geografía, nos informa que la ciudad de Colofón (situada en Asia Menor, una de las posibles cunas de Homero y hoy desaparecida) poseía una gran fuerza tanto naval como de caballería, hasta el punto de que allí donde había una guerra que no se podía terminar, la ayuda de una de las dos la acabaría y le pondría el punto final, semejante a lo que hacen los colofones con los libros.
Imagen superior: Detalle de Más allá de Federico Hurtado, 2011.
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