
ANGELIS
El mes de noviembre empieza con una conmemoración que busca honrar a los difuntos, un recuerdo para los que han muerto en esta vida. A ellos se les brinda ofrendas y plegarias. Se acostumbra a visitar los cementerios para arreglar y acondicionar las tumbas de los seres queridos. Esta práctica que se remonta a tiempos inmemoriales, fue tomada por el cristianismo. Además, en cada lugar adaptó rasgos particulares por las relaciones con el entorno. De ahí vienen tradiciones como “Halloween”, más propia de la cultura celta y que arraigó con gran fuerza en EE.UU. y de allí está invadiendo el orbe, el “Día de difuntos” en México, la “castañada” en Cataluña entre otras.

Detalle de La Virgen del Santo Rosario, Escuela Cuzqueña, siglo XVIII; Convento de Santa Catalina en Cuzco, Peru.
Desde Ecuador, la ex-diputada Cecilia Calderón nos comparte una vivida crónica de la celebración en esta fecha del “Día de los Muertos Chiquitos” en la Península de Santa Elena, el punto más occidental de América del Sur. Desde hace unos años, Cecilia Calderón ha ido recogiendo leyendas, tradiciones, recetas e historias de su tierra para realizar sentidas crónicas con el afán de que la cultura popular y la sabiduría de sus antepasados no quede en el olvido y con gran gentileza nos dio permiso para publicarla en este espacio.
Acompañamos el texto con obras del barroco colonial. En México, Quito y Cuzco, principalmente, durante los siglos XVII y XVIII, artesanos, orfebres, escultores y pintores, en su mayoría indígenas o mestizos, consiguieron transmitir con fuerza el sincretismo y la amalgama de tradiciones, pensamientos y formas, que ayudaron a construir y configurar identidades.
ANGELIS
Por Cecilia Calderón
Una de las cosas que más me satisface de haber participado en las campañas electorales, como candidata sin recursos, es que me permitió conocer más profundamente los recovecos de mi país y de las costumbres de nuestra querida gente, sencilla, amistosa, generosa, franca.

Detalle de Inmaculada Concepción / Virgen de la Asunción, finales del siglo XVII, Escuela Cuzqueña; New Orleans Museum of Art.
Una tarde de noviembre, precisamente el 1º de noviembre, Día de Todos los Santos según el calendario católico, me encontraba recorriendo de Ballenita a La Entrada, todos los pueblos que están al pie del mar, en la “Ruta del Sol”, hoy conocida como “Ruta del Spondylus”, en Santa Elena. Me llamaba la atención que grupos de niños que, vestidos de blanco, algunos con alitas en la espalda, otros con coronas de flores en la cabeza, corrían por las callejuelas de los pueblos, llenando de algarabía las casas que visitaban. Cuando el carro en que íbamos se detenía, nos rodeaban los niños gritando: “ANGELIS, ANGELIS”.
Pregunté de qué se trataba la fiesta, y me explicaron: “Aquí en la Península, hoy 1º de noviembre celebramos el Día de los Muertos Chiquitos. Esto es, cuando fallece un niño o una niña, como jamás han cometido pecado, mueren en perfecta gracia de Dios; por tanto, se van derechito al cielo; entonces, ellos son santos, Por eso, el Día de Todos los Santos es el Día de los Muertos Chiquitos”.
Pregunté qué es lo que querían decir con “ANGELIS”. “Por la algarabía, solo se escuchaba esa palabra, pero lo que en realidad dicen es: ‘¡ÁNGELES SOMOS, DEL CIELO VENIMOS Y PAN PEDIMOS!’ Así, con este estribillo, van los niños de casa en casa donde las familias tienen listos dulces, panes, bocadillos y colada morada para ellos”.
Siguiendo por la ruta de los pueblos, llegamos a Cadeate. Yo, que había salido desde Guayaquil al amanecer, sentí necesidad de descansar y me acordé, que aquí vivía Etelvina, hermana de doña Meche, niñera de los hijos de una querida prima mía, a quien toda la familia quería y apreciaba por su bondad. Busqué pues la casa de Etelvina y, por supuesto, toda la familia se alegró de la visita. Pedí por el baño, y claro, se miraron las caras y se pegaron la carcajada; me dijeron: “Vea niña, suba al cuarto y allí hay una bacinilla, que así es como aquí se hacen agüitas”. Subí a la casita de caña y entré al dormitorio. Pero me quedé paralizada al cruzar la puerta: sentí como una presencia que me envolvía. Descubrí que, en un rincón del cuarto, al lado de una cama, había colgado un toldo de cielo cuadrado, todo blanco y, debajo del mismo, dos velas prendidas en candelabros improvisados y platitos de suspiros, rosquitas, huevitos, alfajores, colaciones, dulce de camote, todo dispuesto como en una mesa de cumpleaños. Llamé a Etelvina y le pregunté qué era esto y qué significado tenía. Me contestó: “Es la mesa de los Muertos Chiquitos, hoy es su día, les hacemos las golosinas que gustan a los niños para que vengan a visitarnos y nos traigan bendiciones. Este es el espacio que hemos hecho para ellos”. Comprenderán que, después de la explicación, imposible hacer agüitas delante de los muertitos, era como ofenderlos en su pudor. Estaba yo allí muda, no atinando qué hacer cuando oímos una algarabía abajo en la casa. Era un grupo de niños gritando “¡ÁNGELES SOMOS, DEL CIELO VENIMOS Y PAN PEDIMOS!” Etelvina -y yo atrás- bajamos a la carrera a atender a los niños, darles pan, dulces y unos vasitos de mazamorra morada.
Contrasta esta bonita tradición con la costumbre importada de celebrar el día anterior, el 31 de octubre, a las brujas, para lo cual los niños y niñas se disfrazan de hechiceros, duendes, monstruos y diablos para pedir golosinas.

Detalle de La Virgen adorando al Niño Jesús con dos santos, Escuela Cuzqueña, siglo XVIII. Los Angeles County Museum of Art (LACMA).
Imagen superior: Interior barroco de Iglesia de Tenochtitlán, México.
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