
HABÍA UNA VEZ (Y II)
Las historias son anteriores a cualquier tipo de letras y de escritura. En la antigüedad los autores quedaban con frecuencia en el anonimato. Se pensaba que las historias eran parte de una tradición y que los autores materiales daban sólo una versión de ella. O bien, que era la divinidad la que inspiraba los textos. Ejemplos de esto último lo encontramos en los libros de la Biblia o en el verso inicial de La Ilíada que pide la intervención de la musa para narrar los hechos de la guerra de Troya o los textos védicos de la India que no tienen origen y que son desde siempre.
El concepto de autor que hoy tenemos como una personalidad propia que es capaz crear una obra única y original proviene de la Edad Moderna. Este nuevo concepto de autor requirió también un nuevo concepto de público. Si el escritor, en su individualidad y en aras de la singularidad, reclama soledad en la factura de la obra, también pide que se lo reciba en la intimidad. En estos últimos siglos la lectura se acotó, mayoritariamente, al ámbito de lo privado.
Para mantener el interés del lector, el autor utiliza procedimientos ya experimentados en la oralidad, pero muchos más acrecentados por una voluntad artística y estética de particularizarse y diferenciarse. En las frases iniciales de cuentos y novelas los intereses del narrador son no perder la atención de su audiencia, procurar la intriga necesaria para se continúe leyendo y crear un horizonte de expectativas.
Muchos de los más reconocidos inicios de obras literarias tienen significativos elementos provenientes de la oralidad, pero a la vez cada autor le dota con rasgos reconocibles un estilo propio. Veamos algunos ejemplos:
“Dorothy vivía en medio de las extensas praderas de Kansas, con su tío Henry, que era granjero, y su tía Em, la esposa de éste.”

Figura nº 1
“Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la región, pues mi padre era un extranjero de Brema que, inicialmente, se asentó en Hull. Allí consiguió hacerse con una considerable fortuna como comerciante y, más tarde, abandonó sus negocios y se fue a vivir a York, donde se casó con mi madre, que pertenecía a la familia Robinson, una de las buenas familias del condado de la cual obtuve mi nombre, Robinson Kreutznaer.”
“Desde la risueña y antigua ciudad de Mayenfeld parte un sendero que, entre verdes campos y tupidos bosques, llega hasta el pie de los Alpes majestuosos, que dominan aquella parte del valle. Desde allí, el sendero empieza a subir hasta la cima de las montañas a través de prados de pastos y olorosas hierbas que abundan en tan elevadas tierras.”
“Hace más de trescientos años en Londres, un día del segundo cuarto del siglo XVI, nació un hijo a una familia pobre, de apellido Canty, que no deseaba tenerlo. El mismo día nació otro niño inglés en una familia rica, de apellido Tudor, que lo deseaba.”

Figura n°4
“En las colinas de Seeonee daban las siete en aquella bochornosa tarde. Papá Lobo despertóse de su sueño diurno; se rascó, bostezó, alargó las patas, primero una y luego la otra para sacudirse la pesadez que todavía sentía en ellas. Mamá Loba continuaba echada, apoyado el grande hocico de color gris sobre sus cuatro lobatos, vacilantes y chillones, en tanto que la luna hacía brillar la entrada de la caverna donde todos ellos habitaban.”
“-Pues, señor, éste era…
-¡Un rey! -dirán en seguida mis pequeños lectores.
-Pues no, muchachos nada de eso.
Este era un pedazo de madera.
Pero no un pedazo de madera de lujo, sino sencillamente un leño de esos con que en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.”
Pero quizá sea el inicio de una novela primordial el que contenga de una manera más clara elementos vinculados a la tradición oral:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…”.
Esta frase coincide con los versos de un romance, poema característico de la tradición oral. El inciso “no quiero acordarme” tiene un valor similar al de “llegar”, es decir “no llego a acordarme, no puedo acordarme”. No hay intención de desdoro o de mancillar mediante el olvido a una región, a un lugar, sino de acentuar en la indeterminación, que es análogo a numerosas narraciones de corte popular. En esa calculada sencillez hay un empeño de contrastar con los recargados detalles con los que se abren las novelas de caballerías, de los que este libro es una parodia.
Imagen superior: Almada Negreiros, Detalle de Retrato de Fernando Pessoa, 1954.
Figura nº 1: Ilustración de Arnost Karasek (1962) para The Wonderful Wizard of Oz de L. Frank Baum.
Figura nº 2: Ilustración de Ajubel para Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Editorial Mediavaca, 2009.
Figura nº 3: Ilustración de Jessie Willcox Smith para Heidi de Johanna Spyri. Edición de David McKay Company, 1922.
Figura nº 4: Ilustración de Mirosław Pokora para Królewicz i żebrak (El príncipe y el mendigo) de Mark Twain.
Figura nº 5: Ilustración de Gabriel Pacheco para El libro de la selva de Ruydard Kipling. Editorial Sexto Piso, 2013.
Figura nº 6: Ilustración de Art Seiden para Pinoccho de Carlo Collodi, 1954.
Figura nº 7: Ilustración de Serizawa Keisuke para Ehon Don Kihote(Don Quijote) de Miguel de Cervantes, Sunward Press, Kyoto, 1936.
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