
HABÍA UNA VEZ
¿Se han preguntado alguna vez de dónde provienen las fórmulas que abren y cierran los cuentos infantiles, los cuentos de hadas o los cuentos tradicionales? ¿Por qué se dice “Había una vez” o “Érase una vez”? ¿De dónde procede “Colorín colorado, este cuento se ha acabado” o las perdices que comen para siempre la pareja protagonista en esos finales felices? ¿Son las únicas frases o hay más expresiones similares? ¿Y qué pasa en otros idiomas?
La respuesta la encontramos en la tradición oral. Muchas sociedades transmitían sus saberes, reglas y literatura sin un sistema de escritura. Incluso cuando ésta se extendió, amplias regiones y capas sociales siguieron siendo analfabetas. Es decir, la oralidad vertebró a la cultura desde tiempos remotos.

Paul Gauguin (París 1948- Islas Marquesas 1903) Mata Mua (Érase una vez), 1892, Museo Thyssen-Bornemisza.
Esa transmisión oral de conocimientos se hacía a través de rituales, con sus normas y ceremoniales. Podían ser colectivos, como una reunión alrededor del fuego después de una cacería, o particulares, como una madre acostando a sus hijos. En esos ritos había algo en común, en ellos se contaba una historia. A través de esas narraciones la realidad se convertía en una narración y entraba en los terrenos de la ficción.
Con tal de recordar los argumentos y mantener a los auditorios en la intriga, los narradores orales hacían uso de muchos procedimientos, como la rima, la repetición de palabras y de frases o la utilización de fórmulas para iniciar y finalizar sus historias. Estas fórmulas, además de servir como divertimentos y juegos lingüísticos, tenían la función principal de que el oyente reconociera con rapidez que se encontraba ante un cuento y de esta manera activar en su mente esquemas para mejorar la comprensión. Son la puerta de entrada a un ámbito en donde todo puede ocurrir y de ilimitada elasticidad en el espacio y en el tiempo. Los narradores conectan a través de las palabras con épocas en las que lo cotidiano y lo sobrenatural se solapan. Porque durante la narración, en palabras del poeta inglés, se suspendía la incredulidad.
Sabedores de la importancia de ese patrimonio etéreo, ya en tiempos recientes se procedió al estudio y recopilación de las tradiciones orales. Los Cuentos de Mamá Oca de Charles Perrault son de 1697, estamos ahora celebrando los doscientos años de la publicación de Cuentos para los niños y el hogar de los hermanos Grimm y las recopilaciones de los cuentos tradicionales en España empiezan a hacerse a finales del siglo XIX. Este voluntarioso intento de compendio provocó paradójicamente graves pérdidas, pues al fijar por escrito una de las muchas versiones, otras que todavía continuaban vivas fueron arrinconadas.

Fue tal la fama del libro de Perrault (que incluía algunos tan conocidos como “La Cenicienta” o “El gato con botas”) que la frase con la que iniciaban sus cuentos, “Il était une fois”, fue rápidamente adoptado por otros autores y traducido a otras lenguas. Así en castellano, por ejemplo, se generalizaron el “Había una vez” y el “Érase una vez”. Al igual que pasó con algunas versiones de los cuentos, fórmulas que todavía tenían vigencia quedaron postergadas, como “Érase que se era”, “Una vez era”, “Esta vez era”, “Era vez que”, “Era vez y vez”, “Esto venía a ser”, “Dicen que había”, “Esto quería ser”, “Esto había de ser” o “Vivían una vez”. Eran fórmulas que también se ampliaban y combinaban entre ellas o aportaban ambiguos datos de testigos o de agentes (“Cuentan los que lo vieron”, “Un primo de mi abuelo le contó a mi padre”) y temporales o geográficos (“En los tiempos de Maricastaña”, “Cuando los animales hablaban”, “En un lugar muy lejano” o “En cierto pueblo”).
Todas esas frases se caracterizan por el empleo del pretérito imperfecto. Esto permitía a los narradores mantener con la historia una distancia y no ser parte de ella. Los hechos pertenecían a un pasado indeterminado y misterioso. Hay aspectos, como por ejemplo la fecha y el lugar exacto, que importan menos que el saber que esos extraordinarios hechos que se relatan están aún de alguna manera conectados con el que los oye y con el presente.
Esa tendencia a la imprecisión y a la vaguedad es un rasgo común de todas las lenguas y tradiciones. Pero mientras unas optan por indeterminar espacio y tiempo, otras marcan esa incertidumbre en los personajes. En farsi o persa, la manera tradicional de empezar los cuentos es “Yekibud yekinabud” (nombre que elegimos para nuestra editorial), que literalmente significa “Había alguien, no había nadie”.
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