
ENTREVISTA A MIGUEL ÁNGEL PÉREZ ARTEAGA: «CON ‘ME GUSTA DIBUJAR’ REGRESO A LA FAMILIA»
En 1898, en el mundo pasaban cosas como la Guerra Hispano-Estadounidense, que trajo como consecuencia la independencia de Cuba y Filipinas y la pérdida de Puerto Rico; Émile Zola perfila la figura del intelectual moderno con la publicación de su artículo «J’accuse…!» o el matrimonio Curie descubre el radio. Mientras sucedían esas cosas, en un pueblo cercano a los Pirineos, una muchacha llamada Práscedes, hermana de la bisabuela de Miguel Ángel Pérez Arteaga, bordaba delicados dibujos, que luego de ciento veinte años, este recupera y crea una historia con ellos en Me gusta dibujar. En esta entrevista le preguntamos a él sobre esto y sobre su labor como diseñador, ilustrador y escritor.
¿Cómo llegas a los bordados para realizar la historia que cuentas en Me gusta dibujar?
Los bordados llevaban años allí, bajo un cristal sujeto a un viejo marco, en un rincón del salón de la casa del pueblo. Me reencontraba con ellos unos pocos días cada año.
Mal enganchada en una esquina del marco, había una foto en blanco y negro de Elvigia, la única hermana de mi padre, que murió muy joven y a la que apenas conoció.
Siempre habíamos pensado que se trataba de sus bordados escolares, series de letras mayúsculas y minúsculas que se habían convertido más que en un recuerdo, en una especie de homenaje.
Pero cuando esos pocos días al año son lluviosos y hay pocas cosas que hacer, es fácil, al menos en mi caso, que vuelva la mirada hacia esos recuerdos, que aparte la vieja fotografía por primera vez, y descubra que bordada en una esquina hay una fecha, “1898”, y unas iniciales, “PA”.
Y que también vea por primera vez lo que tantas veces había mirado, un guante, una pequeña escalera, un pavo real y algunas plantas, y que busque rápidamente una hoja de papel y empiece a escribir una historia, casi al dictado.
Más tarde me han contado que Práscedes Alastuey era la hermana pequeña de mi bisabuela Pascuala. Y que de niña dejó el pueblo, Mianos, para servir en la casa del cura de Urriés.
No sé por qué imagino un sacerdote ilustrado y complaciente, que le ofreció la posibilidad de estudiar y que le abrió las puertas a un universo de bordados, de aquellos diseños que tan de moda estaban entre las buenas casas europeas y que también llegaron a algunos círculos ilustrados de América.
También imagino que creo un cuento, a medias, con alguien con quien comparto sensibilidad y sueños, aunque entre nosotros haya una distancia, llena de emoción, de ciento veinte años.
Dentro de tu trayectoria, ¿qué representa Me gusta dibujar? ¿Trabajaste con materiales y técnicas que hasta ahora no habías utilizado?
Yo comencé a ilustrar hace 15 años. Cuando nació mi hijo le quise dedicar un cuento. Lo escribí y mi madre bordó las ilustraciones. Después de doce cuentos publicados y algunos proyectos en espera, en los que he utilizado todo tipo de técnicas, con Me gusta dibujar regreso a la familia. Esta vez a los bordados realizados por mi tía-bisabuela hace 120 años. Es como cerrar un círculo familiar.
¿Qué fue primero, la ilustración o el diseño?
Yo soy economista. Desde hace veinte años tengo un estudio, Batidora de Ideas, en el que realizo trabajos de diseño gráfico y de marketing y comunicación publicitaria (edición de libros, packaging, diseño expositivo, imágenes corporativas, carteles…). Siempre he utilizado la ilustración en mis trabajos, pero al servicio de un producto y de un cliente. En los cuentos el cliente soy yo. Tengo una idea, algo que deseo contar y realizo todo el proyecto: escribo, ilustro, fotografío si hay objetos y hago la maquetación.
¿Qué herramientas de trabajo usas para componer tus ilustraciones?
Primero es la idea. Puede ser un juego, una leyenda, una broma, un sentimiento. A partir de allí comienzo a ilustrar y a escribir de manera paralela. El texto me lleva a crear imágenes, y estas pueden inspirar el texto a su vez. Es un trabajo de capas, de tiempo.
Depende de qué es lo que tengo que trasmitir y de a quién utilizo una u otra técnica. Creo que es una especie de deformación personal que me viene del mundo del marketing, el centrarme en el “cliente” del cuento.
Utilizo diferentes estéticas y maneras de expresarme dependiendo de lo que pretendo conseguir: divertir, emocionar, y educar. Por ejemplo, en Lagarto Bosu y las plantas que no mueren nunca, de Editorial Milrazones utilicé acuarelas diluidas y texturas creadas mediante estampaciones para hablar de la muerte y del paso del tiempo; pero en El árbol tan poco árbol de OQO, utilicé maderas y alambres oxidados encontrados en la playa. Se trataba de una leyenda africana, y la madera envejecida por el mar me recordaba a África y acentuaba la emotividad de la historia.
Nada es casual y nunca se trata de buscar el alarde como ilustrador sino de ayudar a transmitir una historia. Unas veces soy minimalista, otras naif, otras más complejo y conceptual.
También hay en mi trabajo un aspecto educativo. Si el niño ve que la ilustración no es perfecta, y que está realizada a partir de materiales sencillos de conseguir, se logra una especie de conexión o de empatía que puede ayudar a fomentar la creatividad, o al menos eso es lo que intento.
¿Qué límites te marcas cuando creas libros para niños, especialmente para los más pequeños?
El límite es la creatividad y el tener algo que contar. Yo solo hago de media un proyecto al año. Podría ilustrar textos de otros, pero a la hora de crear historias propias me cuesta ponerme a escribir si no hay un detonante. De pronto puedo estar tumbado en la playa, entornar los ojos, y ver cómo se mueven unos hilillos por el aire. Allí está el comienzo de una historia en la que no puedo dejar de pensar.
¿Qué es lo que te motivó a usa procedimientos de las redes sociales, como Instagram, cuando hiciste en El rey que no quería ser rey (Milrazones)? Como experto en comunicación, ¿qué futuro vislumbras para las maneras más tradicionales?
Soy escéptico en cuanto al uso de redes sociales para comunicar proyectos personales como los cuentos. Las redes se mueven con el ruido. Lo gracioso, lo escabroso es lo que se mueve rápido, lo más viral. Yo las utilizo porque me permite conocer el trabajo de otros ilustradores y también llegar a unos pocos fans dispersos por el mundo que de otra manera nunca conocerían mi trabajo. Me son aspectos más emocionales que comerciales.
En algunos de tus libros, el dibujo es un elemento complementario o no existe, como pudiera ser en El árbol tan poco árbol (OQO). Con esa ausencia, ¿qué buscabas?
Me gustan los espacios en blanco, la mezcla de técnicas, lo manual, el error, lo imperfecto. Unas veces lo hago con pinturas de palo otras con cajas de cerillas coloreadas, maderas o bordados. Pero el dibujo siempre está. Al menos en mi cabeza.
Casi siempre has ilustrado tus propias historias. ¿Cómo haces para separar, si lo haces, la labor entre escritor e ilustrador?
El texto ha ido creciendo en mis cuentos. Al principio eran muy visuales, como pequeños sketchs, incluso alguno no tenía texto. En Me gusta dibujar vuelvo a un texto mínimo, porque los bordados lo cuentan todo. Simplemente realicé el ejercicio de crear una historia a partir de algunos elementos: gato, mano, plantas…
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