LADISLAS STAREWITCH Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN MUNDO

LADISLAS STAREWITCH Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN MUNDO

La exposición “Metamorfosis”, que se puede visitar hasta el 7 de septiembre en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y a partir del 2 de octubre en La Casa Encendida de Madrid, es una oportunidad única para ver el trabajo de cuatro maestros de la animación: el polaco (nacido en Rusia) y afincado en París Ladislas Starewitch (1882-1965), el checo Jan Švankmajer (1934) y los hermanos gemelos Quay (1947), de Pensilvania y residentes en Londres. Junto a sus películas, se exhiben sus talleres, maquetas y marioneta, junto a las obras de numerosos referentes artísticos, literarios y cinematográficos con el fin de trazar una línea que los interpelan, que va desde los cuentos de hadas y de terror, el mundo onírico, los gabinetes de curiosidades, la alquimia o la nigromancia.
Porque su obra se centra en un aspecto tan caro a nosotros como las fábulas y los cuentos de hadas, nos centraremos en la figura que abre la exposición, la del pionero Ladislas Starewitch, al que los otros tres consideran en un maestro del género.

Voice of the nightingale

Ladislas Starewitch, La voix du rossignol, (1923).

Ladislas Starewitch, La voix du rossignol, (1923).

Con la publicación en 1963 del clásico de la literatura infantil Donde viven los monstruos, el ilustrador y escritor Maurice Sendak propone una radical revolución en el tratamiento de uno de rituales de iniciación más importantes del ser humano, como es el paso y el tránsito de la infancia a la vida adulta. Max, el protagonista de la historia, viste un traje de lobo que queda estropeado por las intensas experiencias de transgresión, ferocidad y desorden que vivió en su imaginación. Para Sendak, el adulto no es el cachorro que ha madurado en lobo, sino el lobo que dejó de serlo porque necesitó negociar con las reglas que distinguen a la barbarie de la civilización. Eso le procura un difícil abandono del instinto y de la inocencia. Sendak discrepa de los adultos que tienden a sentimentalizar la infancia y a sobreproteger a los niños. Porque procuran, en consecuencia, que todo lo que esté dirigido a ellos (libros, películas, juegos) tienen que amoldar y conformar mentes a modelos aceptados de comportamiento, y de esta manera lograr niños virtuosos y sabios.

Ladislas Starewitch, La cigale et la fourmi (1927).

Ladislas Starewitch, La cigale et la fourmi (1927).

Ladislas Starewitch en su taller, junto a su hija.

Ladislas Starewitch en su taller, junto a su hija.

El de Sendak es un caso que invita a pensar sobre las obras de ficción que se dirigen a la infancia y la problematizan, que escapan de arquetipos, que consideran que si la niñez es el territorio de la inocencia, ésta plantea muchas aristas y gradaciones. En la infancia también están los instintos, de manera primigenia, los miedos, el inconsciente enervado y una lógica propia que desconoce los mecanismos del mundo. Podríamos especular con una lista de obras destinadas a niños que cumplirían más o menos los postulados de Sendak. Sin ser muy exhaustivos, en ella estarían los cuentos de Roald Dahl, Lewis Carroll, el Dr. Seuss, las criaturas de Charles M. Schulz, Edward Gorey, Calvin and Hobbes, Bugs Bunny o los filmes del pionero de la animación, Ladislas Starewitch.

El cine de animación es un arte en el que la materia va cobrando vida, se va transformando en las manos y en la mente de los creadores. Estos además de engendrar a los personajes, generan el espacio con el escenario y, también, el tiempo. A este lo crean dando vida a lo inanimado. Los animadores se comportan como dioses. Es un cine proteico, en donde las manos manipulan y construyen una realidad que puede estar fuera de la lógica, en donde los sueños y las alteraciones se permiten. Eso lo comprobó muy pronto Ladislas Starewitch, cuando él, entomólogo de profesión, quiso filmar la pelea de dos ciervos volantes, pero al no poder hacerlo porque los focos molestaban a estos insectos nocturnos, tuvo la idea con la técnica del stop-motion de recrear la escena con dos réplicas articuladas de los bichos, ponerlas en un decorado, moverlas a mano de a milímetros y fotografiarlas cuadro a cuadro en cada pose. La sucesión simula movimiento. Eso fue en 1910. Dedicó el resto de su vida a investigar las posibilidades de esa ardua técnica, primero en Rusia y, después de la Revolución, en París, donde se instaló hasta su muerte en 1965.

Ladislas Starewitch, La petite parade (1928).

Ladislas Starewitch, La petite parade(1928).

Como todos los pioneros, fue un hombre autodidacta. Al igual que otros, (George Méliès, Segundo de Chomón, Percy Smith o Lotte Reiniger) fue el maestro de sí mismo. Puso en marcha la maquinaria de ejercer la práctica artística como si estuviera fuera de la historia del arte, reinventando y desplegando un mundo, el propio, que es excesivo y desaforado. En su atelier se acumulaban herramientas, muñecos, marionetas, attrezzo, pero también obsesiones y experiencias, en la búsqueda de soluciones para una puesta en escena original y diferente. Sus películas se acercan a lo artístico desde los márgenes. Incluso el industrial: su equipo de trabajo se limitaba a su familia y la producción de cada filme era totalmente artesanal. Esta labor manual le da a las imperfecciones y limitaciones técnicas una pátina de encanto que no ha disminuido. Por el contrario, ha reforzado su magia en estos tiempos de hiperrealismo digital.

Como muchos de los pioneros del cine, también su obra y su persona cayó en la indiferencia y en el olvido, hasta que figuras como Jan Švankmajer, Wes Anderson o Nick Park lo reivindicaron como maestro.

De Starewitch se conservan pocas películas completas. Muchas de la etapa rusa se han perdido. Entre sus películas más importantes habría que destacar The Cameraman Revenge (1912), un divertido vodevil protagonizado por escarabajos con aires aristocráticos, libélulas seductoras y saltamontes bohemios.

En Le rat des villes et le rat des champs (1926) traslada la fábula ejemplarizante de La Fontaine, que enfrenta al campo y a la ciudad, al París de los años 20 que incluye hasta un homenaje a Josephine Baker.

En Le roman de Renard (1930), su único trabajo que supera la hora, nos cuenta la formación de un gabinete de crisis para lidiar con el zorro, el cual ha ido timando a todos los animales, incluso al Rey León. Exuberantes decorados y personajes perfilados con medido detallismo están al servicio de una fábula insolente y fresca, todavía vigente en tiempos tan cínicos como éste.

Afiche de Le roman de Renard (1930).

Afiche de Le roman de Renard (1930).

Les contes de l’horloge magique (1924-1928) y la serie de Fetiche (1934-1937) tienen la peculiaridad de se combinan personas reales con animación. Es la culminación de una técnica al servicio de una narración libérrima, con complejos movimientos de cámara al servicio de mundo un surrealista y onírico, donde los juguetes cobran vida o las personas se convierten en plantas.

Carrousel Boréal (1958) es su última película. La utilización del color (con una paleta plagada de rosas y púrpuras para representar la aurora boreal) demuestra hasta qué nivel había llevado su arte con una técnica tan laboriosa y rigurosa que apenas le permitió rodar solo algunos minutos cada año, en los que convive la inocencia y la perturbación, el sueño y la locura, lo poético y lo grotesco. Frente al mundo disciplinado, el universo de Starewitch es una invocación a la libertad y a la rebeldía.

CCCB1CCCB3CCCB4

Imágenes de la exposición "Metamorfosis" en el CCCB.

Imágenes de la exposición «Metamorfosis» en el CCCB.

Metamorfosis. Visiones fantásticas de Starewitch, Švankmajer y los hermanos Quay.
Hasta el 7 de septiembre de 2014.
Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB)
Hasta el 11 de enero de 2015.
La Casa Encendida. Madrid.
Comisaria: Carolina López.

Imagen superior: Dans les grilles de t’araignée (1920), de Ladislas Starewitch.

FacebookTwitterPinterestTumblrShare