
TRAVESÍAS LUNARES (I)
Son muchos los libros y álbumes ilustrados infantiles cuyo tema es el viaje a la Luna. Detrás de ellos hay una tradición que revela mucho de la sensibilidad y la condición humana.
Queremos compartir la fascinación por estos argumentos haciendo un repaso, por definición incompleto, de la relación de los hombres con la Luna y su plasmación en la literatura y la ilustración.
En una próxima entrada nos centraremos en el cine y en la Literatura Infantil y Juvenil.
Para realizar esta entrada nos basamos en el ensayo “La otra Luna” de Mónica Bernal Bejarle, a quien le agradecemos enormemente su colaboración. Si aquí hay alguna buena idea se debe a ella.

Georgia O’Keeffe, Ladder to the Moon, Whitney Museum of American Art, Nueva York, 1958.
El desarrollo de la humanidad tuvo lugar bajo la presencia constante de la Luna. Una manifestación que aunque persistente no es invariable. Su luz y su tamaño crece y decrece; hay un día del mes en que desaparece; en los eclipses el Sol hace de ella una sombra o, por el contrario, la Luna lo oculta a nuestra vista. La Luna influye en el estado de los mares y en el crecimiento de los cultivos. Nuestro devenir cotidiano está íntimamente ligado a ella. Más aún en lo estaba en los tiempos antiguos. Costaría encontrar una civilización que no le rindiera culto a esa presencia nocturna que hacía la oscuridad menos ominosa. A medida que avanzaron los conocimientos, las significaciones sagradas de su presencia se fueron secularizando, pero la Luna se siguió manteniendo como fructífera materia de inspiración para artistas y poetas. Continuó siendo emblema, metáfora y alegoría.
Como cualquier lugar remoto, la Luna se convirtió en un destino para la aventura, la exploración y la conquista. Cuando el género de la ciencia ficción se popularizó, uno de los escenarios preferidos para ambientar esas historias fue la Luna. Pero, los primeros viajes y exploraciones lunares tuvieron otro carácter. El satélite era una representación paródica de la Tierra, un pretexto y un escenario donde se explica de manera sarcástica la realidad terrenal. “Ironía lunar” denomina Mónica Bernal a este peculiar género literario.
En Occidente el primer testimonio conservado de esta estirpe de “escritores lunares” es el Luciano de Samósata con Historia verdadera en el siglo II d.C. Es el relato de una expedición para estudiar las regiones más incógnitas. Sobrepasado el jardín de las Hespérides, un tifón levanta la galera por el aire y después de un viaje de varios días desembarcan en una isla brillante y redonda en el medio del cielo. Es la Luna. Está habitada por los selenitas que están en guerra con los habitantes del Sol. Las diversas rarezas que el narrador cuenta, como que los ejércitos montan en buitres y arañas, hombres nacidos de árboles o la ausencia de mujeres, es un reflejo paródico de la sociedad, los mitos y las guerras de su época. La realidad cósmica también se halla presente en esa pugna entre la Luna y el Sol por hacerse del Lucero del alba, que es la lucha de la noche y el día, de las tinieblas y la luz.

A. Payne Garnett, portada e ilustraciones de Lucian’s Wonderland, traducción de Vera Historia, Blackwood and Sons, Edimburgo y Londres; 1899.





Ilustraciones de Jaca, Alexandre Camanho y Carlos José Gama para História Verdadeira de Luciano de Samósata. Edición de Gustavo Piqueira, Editorial Ateliê, San Pablo, 2012.
La férrea y cerrada cosmovisión medieval arrincona a la Luna como escenario. La literatura medieval creó otros territorios donde encontrar elementos fantásticos y maravillosos, como los bosques y los lagos. La teoría ptolemaica establecía que la Luna es una esfera que gira alrededor de la Tierra. Más allá estaban los planetas y Dios. Ludovico Ariosto (1474-1533) sigue este modelo cuando hace viajar a uno de sus personajes a la Luna. En su poema épico Orlando furioso (1532), el caballero Astolfo llega a la Luna en un hipogrifo (animal alado mezcla de caballo, águila y león). Busca la cordura del protagonista Orlando, porque el satélite es el lugar en donde están todas las cosas que se pierden en la Tierra, como por ejemplo, el paraíso de Adán y Eva que fue a recalar allá. Junto a san Juan Evangelista, Astolfo recorre ese mundo, bastante parecido al terrestre, salvo que aquí se halla la sensatez que en la Tierra se extravió.

Ilustración de Gustave Doré para Orlando furioso de Ludovico Ariosto, Hachette and Co., Londres, 1877.
Durante el Humanismo y el Renacimiento se realizaron grandes avances científicos y empezó la época de los grandes descubrimientos. Las teorías heliocéntricas fueron desplazando los puntos de referencias hacia otros límites. Muchos pensadores siguiendo el ejemplo de Tomás Moro con Utopía (1516) crearon sociedades ideales cuyo funcionamiento cuestionaban la sociedad contemporánea. La estructura de esas obras es muy similar: un viajero que llega de una manera extraña a otro mundo y que regresa contando como una crónica su travesía. Uno de los libros más influyentes fue The Man in the Moone (1638) del inglés Francis Godwin (1562-1633). El personaje, el español Domingo Gonsales, abandonado en una isla, construye un artefacto movido por gansos que en su movimiento migratorio anual lo conduce a la Luna, donde halla una civilización muy avanzada.
Las eventualidades hicieron que Cyrano de Bergerac (1619-1655) fuese más conocido por el drama de Rostand que por su propia vida y obra. Militar, poeta, dramaturgo y pensador escribió sendos viajes espaciales, uno a la Luna y otro al Sol, en Historia cómica de los Estados e imperios de la luna e Historia cómica de los Estados e imperios del Sol (publicados póstumamente en 1662). En ellos se relatan los viajes y se dan testimonios sobre los pobladores de estas regiones, cuyos modos de vida le permite criticar con acidez las ideas y creencias de sus contemporáneos.

Frontispicio de Selenharia or, The Government of the World in the Moon: A Comical History, de Cyrano Bergerac, Londres, 1659.

Henriot, “Cyrano face à la lune”, ilustración para Histoire comique des États et empires de la Lune de Cyrano de Bergerac, 1990. (Bibliothèque Nationale de France, París.)
En 1768 el grabador florentino Filippo Morghen (1730-1808), realizó una serie de diez grabados bajo el título Raccolta delle cose più notabili veduta dal cavaliere Wilde Scull, e dal sigr: de la Hire nel lor famoso viaggio dalla terra alla Luna (Una colección de las cosas más notables observados por el caballero Wilde Scull, y por el señor de La Hire, en su famoso viaje de la Tierra a la Luna). Ilustra un supuesto viaje a la Luna, en la que hay salvajes montados en serpientes aladas, animales semejantes a puercoespines, barcos movidos por enormes pájaros, calabazas que sirven de viviendas a salvo de monstruos y un coche lunar a vela.
El alemán Rudolph Erich Raspe en 1785 publica Relato que hace el Barón de Münchhausen de sus campañas y viajes maravillosos por Rusia, basado en las hechos de un noble alemán de existencia real, (Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen), quien, cuando retornó a su pueblo después de su servicio militar, narraba unas historias extraordinarias que asombraban a sus conciudadanos. Raspe crea un personaje inmortal caracterizado por una insuperable imaginación la cual le hace contar maravillosas historias, muchas de las cuales rayan en la locura o en la mayor de las irracionalidades, como un viaje a la Luna, donde se encuentra con los selenitas, que pueden separar la cabeza del cuerpo, entre otras muchas cosas que nos llenarían de pasmo.

Vassilev Svetlin, ilustración para The Adventures of Barón Münchhausen, Papadopoulos Publishing Atenas, 2005.
Athanasius Kircher (1602-1680) fue un polígrafo y erudito jesuita que tuvo el loable empeño de resumir en sus obras todo el saber universal. El resultado mezcla lo calamitoso con la ingenuidad, ya que sus libros están llenos de errores, fantasías y entelequias. En Turris Babel (1679) intenta desentrañar la lengua primigenia. En uno de sus grabados demuestra que es imposible que la Torre de Babel pudiera alcanzar el cielo lunar porque la Tierra no sería capaz de soportar el peso de la construcción.
En la tradición japonesa, el katsura es el único árbol lunar. Al que encuentre en la Tierra sus hojas, le está destinado toda clase de afortunados encuentros amorosos. El maestro taoísta Gobetsu, por haber abusado de su poder, fue condenado a cuidar ese árbol por la eternidad. Esta leyenda, como tantas otras, en donde la presencia es importante, fue usada por el estampador Tsukioka Yoshitoshi en su serie “Cien visiones de la Luna”, uno de las últimas obras maestras de la técnica de ukiyo-e.

Tsukioka Yoshitoshi, Tsuki no Katsura, grabado nº 26 de la serie “Cien visiones de la Luna”, 1886.
En el periódico The New York Sun en 1835 apareció una serie de reportajes sobre el descubrimiento en la Luna de ríos, bosques, animales y humanoides con alas como las de los murciélagos. El hallazgo lo habría hecho el famoso astrónomo John Hershell con el telescopio con más aumento hasta la fecha. La historia pronto se descubrió que era falsa. Este episodio, que tuvo consecuencias en el ámbito científico, se conoció como “The Great Moon Hoax” (El gran fraude lunar). Incluso Edgar Allan Poe escribió bajo esa estela, como si fuese un reportaje verídico, un viaje de ida y vuelta a la Luna en globo. El relato se tituló “La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall”.

Joan-Pere Viladecans, ilustración para Todos los cuentos de Edgar Allan Poe, 2009.
El género de la ciencia ficción recién en el siglo XIX se puede empezar a perfilar como tal gracias al creciente espíritu científico, el empuje industrial y el positivismo lógico. La verosimilitud se revela como un valor incuestionable en las nuevas fabulaciones. Julio Verne (1828-1905) tuvo la capacidad de aunar todo eso con las novela de aventuras, anticipando en el tiempo descubrimientos e invenciones, pero utilizando la coherencia lógica y el estudio de la ciencia. Así es posible ver algunas semejanzas entre su díptico De la Tierra a la Luna (1865) y Alrededor de la Luna (1870) con las expediciones de la NASA, ya en el siglo XX.

Portada de De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna de Julio Verne, Ediciones Nauta, Barcelona, 1982.

Jim Tierney, portada de From the Earth to the Moon de Jules Verne.
Si las ficciones de Verne están llenas de cosas probables, las de H. G. Wells (1866-1946) se caracterizan por posibilidades improbables. Las explicaciones científicas son vastas y sirven como meras excusas para expresar sus deseos de reforma y de cambio. Los primeros hombres en la Luna (1901) es antes que nada una crítica al imperialismo, una llamada a la educación y a la responsabilidad científica.

Simon Khoo, portada para Los primeros hombres en la Luna de H. G. Wells.




Adolf Hoffmeister, portada e ilustraciones para una edición checa de Los primeros hombres en la Luna de H. G. Wells, 1964.
La Luna, además de un reflejo figurado de la Tierra y de la primera frontera en el espacio, desde tiempos inmemoriales el símbolo de la rendición amorosa y de la promesa incondicional. La cultura popular se hizo frecuentemente eco de ello, como en este tema musical, Fly me to the Moon (Llevame volando hasta la Luna) de Bart Howard. Lo interpreta en esta ocasión el trío de Vince Guaraldi. Es un bonus track de la banda sonora original de la película de animación A Boy Named Charlie Brown, basada en los personajes Charles M. Schultz.
VINCE GUARALDI TRIO – FLY ME TO THE MOON
CONTINUARÁ
Imagen superior: Portada de História Verdadeira de Luciano de Samósata. Edición de Gustavo Piqueira, ilustración de Jaca. Editorial Ateliê, San Pablo, 2012.
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